España

Problemas menores

Desde hace un tiempo, vengo observando un descenso en la calidad de la educación, la cual, en gran parte, tiene como culpables a los educadores, pero sobre todo a los padres o tutores legales. Esto, en parte, se debe a que los profesores no quieren corregir con el color rojo porque resulta frustrante para los alumnos ver los errores tan marcados, en lugar de explicar las ventajas de mostrar los errores para, posteriormente, evitarlos, aprendiendo a corregirlos como parte de la enseñanza. Sortear la frustración a los menores ante la más mínima dificultad considero que es un error que, tarde o temprano, pagaremos unos y otros.

En la vida hay que aprender a lidiar con las emociones para que, el día de mañana, los niños puedan hacer sus quehaceres o, al menos, sepan pedir ayuda. La pataleta por no conseguir lo que quieren y dárselo, hay que evitarla. Lo mejor es no hacerles caso o lanzar la mirada ‘letal’ de Terminator que las madres de los años 80 y 90 tenían. Veo con mejores ojos que los padres se agachen y, con mucho amor, atiendan a su hijo, a que dejen de llorar ante la promesa de un regalo o premio, en caso de portarse bien. Esto último, sin duda, lo considero un error garrafal. No se puede premiar con recompensa una pataleta para salir del paso.

Hace poco, en la red social X, leí a una tuitera que se indignaba porque a su vástago le hacían limpiar la clase. No recuerdo si esto resultaba ser un castigo o enseñar la responsabilidad y hábitos saludables que deben darse en un espacio limpio. También, las conversaciones que se producen entre madres indignadas por el volumen de sus “deberes”. ¡Qué memoria tan selectiva tenemos! Porque, a partir de 1º de EGB, yo ya empezaba a tener que leer del libro de texto lo que habíamos dado. En ese momento, tendría sobre los 5 añitos, y nunca escuché a mi madre quejarse; al contrario, le parecía fenomenal que comenzaran a darme pequeñas dosis de responsabilidad escolar. Pero estamos, entre todos, creando a la generación de princesas y princesos que tendrán pataleta si no se les da lo que a sus excelentísimas gónadas se les antoje.

Hasta aquí hemos llegado, de milagro, a una época en la que los pequeños tiranos -que no han sabido gestionar, sus padres y cuidadores, esas “frustraciones” y la palabra “no”, que es parte del lenguaje- se han visto protegidos de ella para no causar traumas… o eso creen los muy ingenuos. Porque esa gente sale a la jungla de asfalto y descubre, por los avatares del destino, que la palabra con N existe y tiene un sorprendente efecto en ellos.

A esta situación hay que unirle el aumento poblacional inesperado, a la par que descontrolado, y que estas nuevas personitas que están en nuestro entorno tienen una distinta estructura educacional, cultural y de valores, y que vienen “recomendados” para contribuir a un nuevo paradigma cultural que no se parece al nuestro. Presuntamente, vienen MENAS. ¿Dónde se encuentran sus padres? ¿Por qué se les permite, por ellos, hacer una travesía tan peligrosa solos? ¿Son todos menores? Y la última cuestión que os hago es: ¿por qué se niegan determinadas formaciones a determinar si son realmente menores?

Acusar a las formaciones o personas que denuncian esta situación con el fin de deshumanizarlos me parece injusto. Porque, si en realidad se tratara de menores, con quienes deben estar es con sus padres, en la misma ubicación en la que están situados sus propios progenitores. Si realmente se hicieran las correspondientes pruebas forenses no invasivas, como puede ser una radiografía dental, una densitometría ósea o, sencillamente, una del fémur, podríamos ver si son menores o no… y sería mucho mejor que hacinar menores de ambos sexos con mayores de edad que poseen otro régimen distinto.

Además de eso, los que son mayores y nos venden como menores se estarían aprovechando de un régimen legal menos rígido y más dirigido a la prevención y la educación. Y, dado que no se puede controlar a tantos individuos que se encuentran en una situación tan complicada, hacinados en centros, pueden terminar montándose sus particulares “festivales culturales” sin control alguno.

La Ley de responsabilidad penal del menor aplica a los menores de edad medidas educativas, que en todo momento se entienden como no represivas, porque la intención del legislador no es otra que primar el interés superior del «princeso» o «princesa» que cometió el error, no que se les someta a esos pequeños «bárbaros» a un sistema procesal rígido. A la víctima de esos pequeños «destroyers» solo le falta pedir perdón por cruzarse en el camino del menor, el cual es un capítulo entero de hermano mayor.

En este momento, hay una propuesta parlamentaria con la que estoy muy de acuerdo, y es una que consiste en bajar la edad penal del menor para que se castigue a los menores de 14 años. Yo a esta le añadiría que deberían modificarse las medidas de castigo y que el principio punitivo de corrección informe y rija la imposición de medidas, para que se determine durante los procedimientos, mediante los correspondientes exámenes psicológicos y psiquiátricos, si el menor procesado tiene la suficiente madurez como para entender lo que ha hecho.

La sociedad considera este tipo de conductas como no permitidas, como prohibidas y como punibles si las hiciera un adulto. Sin embargo, el menor, en estos casos, debería entender la gravedad del delito que ha cometido. De hecho, pienso que, si el delito que ha cometido un menor es el mismo que cometería un adulto, debe castigarse como a un adulto. Teniendo en cuenta que esta formación política suele hacer propuestas desde el sentido común, no tengo dudas de que se presentará una reforma con este fin.

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