
La sociedad está harta y cansada. Lo está de los de siempre, que más que buscar soluciones para la sociedad como la democracia les exige, parecen buscarla única y exclusivamente para ellos mismos. Pero también está harta de los falsos héroes que llegan imponiendo opiniones y milagrosas recetas bajo cláusulas de contrato que van desde ganar en Juego de Tronos, como defendía el Pablo Iglesias que pretendía conquistar los cielos, hasta el Donald Trump que está queriendo convertir al mundo en un juego de Risk en el que los dados los tira sólo él y están marcados.
Mientras mucha gente parece inclinarse por un cambio radical de tendencia ideológica, pasando de un extremo sobre el que había comprado todo merchandising, a otro en el que se refugian sin mirar del acoso de una extralimitación en la defensa de unas libertades sociales que terminan coartando las libertades individuales, a otro en el que se promulgan las libertades individuales coartando las sociales y limitando aquellas a una moral de bolsillo de predicador propio de películas americanas de indios y vaqueros, con los forajidos, las pistolas en todo momento y el papel de la mujer relegada a la decoración propia de una Melania que con su astucia parece demostrar más inteligencia que la que posee su marido, con sus líos, los de faldas y los “de pantalones”.
Existen tres religiones monoteístas en el mundo, la cristiana, la musulmana y la judía y la evolución del mundo no podría entenderse hasta este momento sin comprender la relación con Dios que ha acompañado a la Humanidad en todo este proceso. Sin duda, la más maleable tras la imposición de las sociedades democráticas y los avances en investigaciones médicas y tecnológicas, cuando no del psique, y los profundos avances en derechos laborales y sociales, fue la cristiana. Y gracias a esa conjunción de factores la Iglesia Católica se fue adaptando, y lo sigue haciendo, a veces con más o menos retraso según en qué asuntos, a las nuevas realidades científicas y sociales. Sin embargo, poco se entendería, incluso los propios Derechos Humanos o la adaptación al ámbito jurídico del Derecho Natural sin la moral cristiana que hizo de Europa el continente reserva moral del mundo y luz en el camino de la enorme evolución que en los últimos siglos hemos experimentado.
Enfrentarse a esa moral con el espíritu de combatirla hasta destruirla siempre contrajo consecuencias lamentables en cualquier país o territorio. Y no tanto por la fe, sino por la desestabilización de un progreso que, en gran parte, está sustentado en sus propias premisas morales y sociales. No estoy, con ello, ni mucho menos, defendiendo a capa y espada la doctrina católica o todas sus líneas de imposición moral, ni mucho menos. Para mí resulta inconcebible que la incorporación plena de la mujer a todos los espacios del clero no se haya aún producido, o la condena moral a las personas homosexuales en una lectura de la Biblia que deja de primar aspectos que permiten entender el todo cuando llegan otros que se quieren imponer como limitaciones conductuales sin sentido a las emociones, a los sentimientos o a la realidad de personas que no pueden corresponder a las exigencias de la primitiva lectura de los hechos. Delimitar lo divino de lo humano en la escritura y en la interpretación es esencial para poder allanar el camino hacia el verdadero Dios creador de lo Humano en toda su variedad y diversidad.
Quiénes me leéis sabéis que no soy partidario de esa fuerte delimitación entre lo que es la derecha o la izquierda, desde la perspectiva de a aplicación de políticas que, realmente, generen riqueza, igualdad y progreso, entendido éste como la consecución de objetivos comunes que ayudan a aumentar los niveles de las dos primeras. Y es que no existe igualdad si no hay riqueza, ya que al reparto de la pobreza no se la puede considerar igualdad y a la acumulación de riqueza por unos pocos, con un elevado grado de desigualdad no se la puede llamar riqueza desde el punto de vista de un Estado democrático compuesto por el conjunto de su ciudadanía.
El equilibrio perfecto está, sin duda, en primer lugar, en legislar en el sentido de los intereses de la población para conseguir esos dos elementos, riqueza e igualdad, con los que, junto al progreso, llevaríamos a la sociedad a su correspondiente y justo punto político y social. Eso sí, nunca podríamos olvidarnos de que debe existir una moral social, y que esa moral, en gran parte, es heredada y debe ser valorada y respetada. Como también es cierto que la propia evolución debe hacer experimentar un progreso en la comprensión integral del propio ser humano, sus diferencias y sus necesidades económicas, sociales y emocionales.
Como dice la canción, tres cosas hay en la vida, salud, que debe ser garantizada por el Estado, dinero, que debe estar garantizada por un trabajo digno y bien remunerado, y amor, que es un asunto privado de cada uno pero que debe vivirse en libertad.
Y me pregunto yo ahora, qué tendrá que ver todo esto con Rusia, Putin, Estados Unidos, Donald Trump, la guerra de Ucrania, las guerras en general, la inmigración… pues todo y nada. Nada desde un punto de vista directo, todo desde el punto de vista de que quienes buscan la desigualdad en el mundo y defienden sólo sus propios intereses están en contra de las máximas premisas de igualdad, riqueza y progreso en el mundo, y lo están también de una moral sobre la que se fundamenta esta vieja Europa y gran parte del mundo.
El descabellado frentismo, la intolerancia y el autoritarismo de las administraciones de Bush y Putin son una gran amenaza para el mundo y lo son para el progreso. Y lo son, más aún, porque tienen marcado en su ambiciosa agenda la destrucción y reparto de Europa, un referente que no les permite, por su luz, la dominación total del mundo que conocemos hoy en día. Tan tajante y radical. Y tengo que terminar por deciros que he sentido y siento vergüenza ajena al ver a un español, Santiago Abascal, aunque venga de donde viene, agasajando, aplaudiendo y rindiendo pleitesía a quién ni nos trata dignamente ni respeta nuestras democracias ni nuestras decisiones.
Lo último que tengo por decir es que Alvise Pérez comete el mayor error en acompañar ese apoyo a un sujeto de tal calaña. Lo siento, Alvise, pero pocas cosas no estarían dispuestas a permitirte tus seguidores, pero con esto vas a perder prácticamente todas las opciones de poder avanzar con tu proyecto político. Y si no, espera unos meses para darte cuenta. Y sí, Ucrania importa, y mucho. Ucrania, por sus recursos naturales, es sinónimo de poder, un poder que pocos deberían desear para Putin o para Trump en estos momentos.
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Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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