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Pasaron dos días desde que obtuve el número de la morena de ojos pardos. A través de mensajes de texto y de voz, logré camelarla, ganándome su confianza con la intención de, en el momento oportuno, proponerle que viniera a mi casa. Frases simples por un lado, piropos por otro, todo mientras me mostraba simpático.
Nada más percibir su receptividad, decidí hacerle mi propia proposición indecente, que en teoría parecía inocente, pero en la práctica estaba cargada de lujuria: ver juntos una película de terror. Una estrategia perfecta para propiciar el roce de su cuerpo con el mío, el preámbulo idóneo para, con suerte, llevar la noche a un desenlace más íntimo.
Su “SÍ” me hizo alcanzar las estrellas, pues, automáticamente, mi mente calenturienta no dejaba de imaginar cómo sería tenerla en mi cama, completamente desnuda. ¿Comida o cena? La ocasión perfecta: que sea cena, donde el postre correría por cuenta del anfitrión, cuya boa hambrienta solo desea matarla… de placer.
Las horas fueron pasando y, al sonar el timbre, confirmé que se trataba de la morena de ojos pardos. Así es, era ella, con un vestido que dejaba al descubierto un escote de vértigo, igual que el del otro día. ¿Mi sensación? No creo que tarde mucho en degustar sus carnes morenas, ni en que nuestros sexos se unan.
La miro con una sonrisa efusiva, y ella me corresponde del mismo modo. Al cerrar la puerta, la sorprendo con la cena: una fuente de espaguetis a la carbonara, su plato favorito, acompañada de un champán de marca blanca que pretendía parecer uno de los mejores del mercado. Es lo que tiene ser estudiante de periodismo y no un exitoso empresario.
En su mirada percibo la atracción… y lo que ella aún no sabe es que juntos vamos a entregarnos al sexo más salvaje. Es una delicia planificar las cosas y ser un buen estratega, porque eso me asegura el éxito el 99 % de las veces.
Entre bocado y bocado, hablamos de nuestras situaciones personales: ella trabaja cuidando a un niño de una pareja joven, mientras que yo le cuento que sigo siendo estudiante de periodismo. A priori, es una mujer soltera, aunque tiene sentimientos por otro hombre. Pobre ilusa, no se da cuenta de que el hombre al que sentirá hasta dentro en unos minutos se llama Jonko Blanco. Por cierto, qué rica me ha salido la comida, aunque mucho más deliciosa será degustar cada parte de su cuerpo de arriba abajo.
Al terminar de cenar, nos acomodamos en el sofá de mi pequeño saloncito. La película elegida era una japonesa en la que el terror podría asustar hasta al mismísimo miedo. La protagonista, una súcubo obligada a luchar contra un malévolo diablo con una boa impresionante… tanto como la mía. Sí, un filme cargado de erotismo, perfecto para poner a tono a mi invitada.
Lo que al principio fueron simples sustos pronto se convirtió en un pánico palpable en los ojos de la morena, entremezclado con escenas fugaces de desnudos. Entre secuencia y secuencia, podía sentir el miedo recorrer sus venas… y en una de esas, cuando se aferró a mi brazo con fuerza, como un vampiro hambriento, aproveché para surcar su cuello con mis labios. Cada roce parecía susurrarme un “cómeme”.
Sí, tal y como lo había planeado, la película quedó en un segundo plano… o más bien en un tercero. Entre besos apasionados, terminamos completamente desnudos. Morena de ojos pardos, al fin eres mía, y ahora vas a disfrutar como la mujer deseada que eres… hasta el infinito y más allá.
Nuestros cuerpos sudorosos se buscaron sin descanso, frotándose con ansias hasta fundirse en uno. Entre suspiros y miradas intensas, seguimos besándonos hasta alcanzar el éxtasis. Me encanta, como diría el gran John «Hannibal» Smith, de El Equipo A, que los planes salgan fenomenal.
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