Mañana tengo examen de la asignatura de Fotoperiodismo y, para tenerlo todo bajo control, decido acudir a una biblioteca situada no muy lejos de mi casa.
Nada más entrar, lo primero que contemplo es a una mujer con cara de pocos amigos, cuya actitud, cada vez que un ‘cliente’ se acerca para pedirle ayuda, irradia una clara expresión de rechazo. No obstante, debo reconocer que, físicamente, es bastante exuberante. De hecho, el escote negro de su traje provoca en mí la posibilidad de considerarla para abordarla en cuanto se quede sola.
Con el paso de las horas, el bullicio en el interior del lugar fue disminuyendo. De haber aproximadamente veinte personas, tan solo quedamos otro y yo, además de la profesional, quien sigue sentada en lo que podría catalogarse como la zona de recepción, ubicada en la misma biblioteca. En la mesa que se encuentra a mi lado, ese segundo está estudiando algo relacionado con la biología. Uyyy, amigo, si supieras lo que deambula por mi mente… el que obtendría el sobresaliente en tu examen sería yo, por ser todo un experto en la anatomía femenina; perdón, quería decir humana.
Entre página y página, no puedo evitar echarle un ojo a la bibliotecaria. Esas gafas de señorita Rottermeyer, sumadas a sus labios carnosos, provocan que me cueste concentrarme. ¿Estará casada, soltera o divorciada? Supongo que cuando la tenga a centímetros podré fijarme bien en sus dedos. Eso sí, el escote que maneja está pidiéndome a gritos ser liberado. Ojalá el estudioso se marche pronto; necesito acercarme a ella. Los dos lo agradeceremos.
Justo cuando el reloj marca las ocho en punto de la tarde, el estudiante del libro de biología se levanta de su asiento y se marcha de la biblioteca. Ahora, tan solo quedamos ella y yo. La idea de estar solos, en un espacio tan silencioso, genera en mí pensamientos perversos. Ahora es el momento perfecto para analizarla detenidamente.
Con disimulo, voy admirándola para ver lo que hace. Esa mujer bien trajeada, de labios sensuales y gafas de intelectual, se encuentra leyendo un libro de género… ¿erótico? Sí, el nombre de la novela es El abismo del placer, cuyo autor es Jonathan Turrientes. ¿Quién será ese escritor al cual no tengo el placer, valga la redundancia, de conocer? Por otro lado, el nombre del protagonista me suena bastante: Jonko Blanco. Igual que yo.
Mientras se dedica a leer, percibo cómo la bibliotecaria se muerde los labios de manera discreta. Tengo la sensación de que está bastante sumergida en la historia; para ser exactos, en los instantes más lujuriosos de la novela. Las páginas de la misma deben ser tan afrodisíacas como el mayor de los afrodisíacos. Decir que está enganchada es quedarse corto.
Aprovechando que falta apenas media hora para el cierre del establecimiento y que no hay nadie por los alrededores, opto por acercarme a la mujer, quien prosigue leyendo El abismo del placer. La excusa con la que rompo el hielo es preguntarle sobre la novela que está leyendo. Mientras me explica los entresijos de la trama, poco a poco voy incitándola con la mirada, deseando sentirla lo más dentro posible.
Al situarme a escasos centímetros, los ojos de la fémina se posan exclusivamente en los míos, dejando la novela El abismo del placer en un segundo plano. Me llaman mucho la atención, ya que son de un azul tan claro como el cielo despejado. Esa mirada, en este momento, sabe lo que pienso.
Mis únicas palabras hacia ella: que tengo la capacidad de leer mentes y que veo en sus ojos que ansía hacer realidad las fantasías que aparecen en ese libro. Le digo que yo mismo estaría dispuesto a ser su genio, a cambio de que tan solo frote mi lámpara mágica. ¿Su respuesta? Ponerse tan roja como un tomate.
Tras devolverme la mirada con una expresión cargada de complicidad y sin mediar palabra, me voy acercando cada vez más a ella. Estando a escasos centímetros de su rostro, mis labios la besan desmedidamente, exteriorizando las ganas que le tengo. El primer beso llevó a que nuestros cuerpos conectaran sin pudor alguno.
Entre beso y beso, mis manos descienden ligeramente hacia su cintura y, tras un rato de posarlas allí, la profesional señala directamente hacia la entrada. A continuación, mostrándose tan excitada como temerosa, se dirige hacia la puerta con la intención de bajar las persianas. Al regresar tras cumplir su cometido, proseguimos nuevamente con los besos y mucho más. Las palabras entre nosotros no fueron necesarias, ya que el feeling entre nuestros cuerpos desató el mayor de los vendavales. El placer, con el paso de los segundos, comenzó a incrementarse en ambos. Los límites los marcarán nuestras ganas.
De los intercambios de fluidos bucales pasamos al acto carnal. Observando sus dedos mientras me hacía masajes en zonas prohibidas, pude percibir que se trata de una mujer prohibida, de esas que logran excitar mi ansiada libido con apenas un movimiento. Todas las posturas, o casi todas las existentes en el Kamasutra, las acabamos practicando en cada rincón de la biblioteca durante más de media hora. Increíble que, entre libros, haya conseguido cumplir una de las fantasías que tantas personas tenemos: disfrutar de algo prohibido en un establecimiento repleto de libros e historias varias.
Que relato más sexy..que lectura tan amena que he acabado de leer sin darme cuenta que había llegado al fin rn cuestión de nada. Em definitiva que ne ha encantado,ha captado mi atención y me he quedado con ganas de ms