En la década de los años 30, quienes se oponían y enfrentaban al racismo eran conocidos como woke (despiertos). Con el pasar de los años, el término se empezó a usar por grupos que denunciaban otras «desigualdades» e «injusticias». Ya en la segunda década del Siglo XXI, el wokismo se convirtió en sinónimo de izquierdista o progresista. En la hispanoesfera la palabra se volvió popular durante los ataques delincuenciales que Black lives matter realizó durante el 2020. Pero, más allá de la semántica, ¿qué connotaciones tiene el término woke?
Es un traslado de la lucha de clases a los terrenos de la historia, la familia y hasta las relaciones sociales. Es decir, que pone a la mujer contra el hombre, feminismo; a los hijos contra los padres, ideología de género; a los blancos contra los negros, teoría crítica de la raza, y a los heterosexuales contra los homosexuales. Este experimento de ingeniería social incluyó el adoctrinamiento de los niños en las escuelas, el ataque frontal contra la tradición cristiana de Occidente y el financiamiento público para las mutilaciones de órganos sexuales, muchos de ellos niños que accedieron a cirugías de «cambio de sexo». El extremo de la locura fue cuando se llegó a considerar la pedofilia como una forma válida de amor, y no como un grabe delito contra la parte más vulnerable de la sociedad.
Las grandes corporaciones como Facebook y Disney se adhirieron, totalmente, a la perversa agenda, pues impusieron, de manera forzada, una serie de personajes inclusivos o, en el caso de la red social, toda una estructura de censura contra quienes cuestionábamos esa agenda. Muchos fuimos quienes perdimos cuentas con miles de seguidores por afirmar, por ejemplo, que Ángela Ponce es un hombre mutilado participando en el Miss Universo o que las mujeres también pueden cometer delitos.
Entiéndase bien, quienes nos oponemos a la agenda woke no estamos contra homosexuales, mujeres o personas de un determinado color de piel, sino contra una mentira que intenta ser impuesta desde el Estado y con dineros públicos. Por ejemplo, en España se intentó aprobar una ley que permitía que menores de 12 años puedan acceder a cambios de sexo sin el consentimiento de sus padres, o en Canadá se considera ilegal que un padre aconseje a sus hijos sobre los peligros de ese tipo de cirugías. En definitiva, el wokismo es puro fanatismo de ultraizquierda que impide avanzar a las sociedades modernas y es claramente incompatible con la libertad, la pluralidad y la verdad.
Es quizás por eso, que las mismas sociedades rechazaron toda la agenda del wokismo. Por ejemplo, a los fracasos en taquilla del live action de La Sirenita, donde se cambió el color de piel de la protagonista; The Marvels, con una trama que exacerbaba el feminismo; Lightyear de Pixar, con un beso entre personas del mismo sexo, y el próximo remake de Blanca Nieves, tenemos que sumarle los 1,3 millones de suscriptores que abandonaron la plataforma de streaming de Disney a inicios de 2024. La agenda perversa se convirtió en un lastre financiero. Ante los números rojos, Bob Iger, CEO de Disney, declaró que la compañía cambiará su enfoque hacia el entretenimiento, y se alejará de las agendas políticas que polarizaron a su audiencia.
Este no es un hecho aislado, Walmart, considerado la mayor empresa de hipermercados del mundo, ya que posee una plantilla de más de 2 millones de empleados alrededor de la Tierra, anunció que pondrá un freno a sus políticas de diversidad, equidad e inclusión, conocidas como DEI. No solo implica que dejará de tener en cuenta factores de diversidad a la hora de contratar personal, sino que también dejará de lado su participación en eventos claves que lo promuevan. Pero el evento más significativo en el proceso de finalización de la agenda woke lo marcó el regreso de Trump a la Casa Blanca. De hecho, el multimillonario arrancó su segundo mandato con la frase: «Solamente hay dos sexos». ¿Occidente está retornando a la normalidad? Parece que sí.
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