A menudo que avanza el mes de enero los casos que señalan y acosan al Gobierno de llevar a cabo acciones de dudosa legalidad se hacen más fuertes, como también lo hacen las medidas que éste toma que podrían tener la lectura de obstaculizar al máximo las investigaciones correspondientes a los jueces que instruyen estos casos. El último intento “sospechoso” ha sido la maniobra de cambio de presidente de Telefónica, a la que sólo un día antes el juez del caso que investiga al Fiscal General del Estado había solicitado datos de sus llamadas. Todo hecho con mucha prisa, con presiones y con un objetivo que, justo en estos momentos, es difícil no centrar en la necesidad de controlar esa información o cualquiera que pudiera salir de las bases de datos de la compañía privada. Y, cómo no, para colocar a un afín a las siglas del propio PSOE.
La tensa situación que se vive en el Gobierno y en el Consejo de Ministros es tal que, a estas alturas, resulta difícil no encontrar una decisión de Sánchez que tenga algún tipo de implicación en los intereses del Presidente sobre los casos judiciales abiertos en torno a su familia o compañeros de partido. Y, frente a este maremágnum judicial nos encontramos con una serie de apoyos que cada vez ponen el precio más alto al Gobierno para poder mantener sus apoyos. Esto, en un mundo en el que se está viviendo un cambio preocupante de tendencia. Y es que los “abusos” ideológicos de la izquierda en cuestiones como el apoyo a la cultura e ideología woke están propiciando un efecto muelle esperable en la sociedad cuando el hartazgo de una mayoría no identificada con estos conceptos ha reaccionado porque se siente sufrir las consecuencias y efectos de estas decisiones y de esta lectura de la sexualidad, o de la Historia o la inmigración.
No en vano, una de las exigencias de Junts, para seguir manteniendo ese apoyo no ha sido sino la cesión de competencias en materia de inmigración a Cataluña. Si atendemos al grado de inmigración que existe en esta comunidad, la conflictividad social en barrios, y el número de delitos ha aumentado exponencialmente creando un sentimiento de desprotección e inseguridad que se eleva a una potencia superior al amor del miedo de propietarios de viviendas ante la falta de garantías sobre sus derechos en las viviendas de las que son titulares por la protección de los “okupas” de viviendas, que se convierten en ocupaciones legales si se cumplen ciertas condiciones sin tener en cuenta las condiciones de los verdaderos propietarios ni sus derechos como tales, como bien recoge la Constitución.
Hoy, además, se ha producido un hecho histórico, la toma de posesión de Trump en EEUU. Y es histórico porque representa el hilo de unión de ese cambio de tendencia comentado y porque es la confirmación de esa tendencia ya iniciada en varios países de América Latina, como El Salvador o Argentina.
Parece ser que en este mundo que vivimos en el siglo XXI no tenemos término medio o no sabemos encontrarlo en el terreno político. Si es cierto que el ascenso de la derecha más a la derecha es consecuencia de los enormes errores cometidos por la izquierda al calor de esos movimientos ideológicos que en medio o largo plazo se han convertido en problemas sociales de difícil solución, junto a situaciones de estrés económico, desigualdades sociales e inseguridad, tampoco es menos cierto que del apoyo pleno de ciertos colectivos, apoyo absolutamente necesario en una evolución social de derechos, como son el de las mujeres maltratadas, la igualdad en el trato de género en el ámbito doméstico y laboral, la igualdad de trato y la defensa de los derechos de homosexuales y transexuales o el respeto y el apoyo a los migrantes, necesarios en una Europa cuyo envejecimiento poblacional está demandando mano de obra externa, podrían verse gravemente afectados por un negacionismo del que no deberíamos tampoco, como sociedad, ser cómplices.
Lo innegable es que estamos al final de un ciclo y que Sánchez se ha presentado ya como el contrapeso a Donald Trump y esta contracorriente a la izquierda, un planteamiento que sólo podría sobrevivir si en el resto de Europa resistieran a ese empuje, de la misma forma, algo que, de hecho, ya no se está produciendo. Ni todas las artimañas imaginables del actual Gobierno de nuestro país para acaparar y controlar instituciones públicas y privadas, a los jueces y a la prensa podrán servir de nada si Europa le vuelve la cara a un Sánchez que comienza a quedarse solo. Una vez más, en la Historia, parece ser que la última esperanza del socialismo en España podría estar en Rusia. Curioso que, a pesar de la necesidad de ese apoyo que necesitaría de un Putin al que ha descalificado ya en su apoyo al líder de Ucrania, le llevaría a una relación tóxica de un país que en nada ha comulgado con las teorías woke.
Y llegados a este punto y para aquellos que habitualmente ha leídos mis artículos en este medio… recordarles las veces que, en el anterior mandato de Trump no dejé de lanzar la idea de que Putin es el aliado número uno del una vez más Presidente de EEUU en su empeño de acabar con la hegemonía intelectual y ética de Europa. Llegan tiempos difíciles para el viejo continente y, o nos ponemos pronto las pilas, comenzando por la Unión Europea o el proyecto común y los proyectos individuales de los países que la conforman podrían irse al garete en menos que canta un gallo, y no me refiero a ninguno de los de Valladolid. Estoy seguro, de entrada, de que la izquierda más a la izquierda en el Gobierno y en el Congreso, así como Junts, por el apoyo que Rusia le dio en su proceso de intento de cesesión y otros asuntos que no han salido a la luz, no tendrían ningún escrúpulo en acercase a Putin. Ya lo hicieron con Irán, que mire usted. Eso es lo que tenemos y lo que merecen nuestros votos. A disfrutarlo, mundo.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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