Desde el Reino Unido hasta Argentina, las calles hierven con huelgas y cacerolazos. En Francia, los sindicatos paralizan el país por una reforma de las pensiones; en Alemania, los trabajadores del transporte público detienen trenes para exigir salarios dignos. Incluso en Corea del Sur, los empleados tecnológicos, ese sector «privilegiado», abandonan sus oficinas para reclamar condiciones justas. ¿El resultado? No siempre ganan, pero obligan a los gobiernos a escucharlos. Porque quien incomoda, molesta. Y quien molesta, consigue atención. Mientras tanto, en España, lo más parecido a una protesta que vemos es la cola para comprar cupones del sorteo de Navidad.
Nos quejamos mucho, eso sí. En el bar, en WhatsApp, en el meme de turno. Pero ni izquierda ni derecha han inspirado una revolución real. No importa quién gobierne: los precios suben, la cesta de la compra pesa más, y los salarios son el chiste del siglo. Y cuando alguien propone una huelga, el resto lo mira con una mezcla de conmiseración y escepticismo: «Eso no sirve para nada, Paco». ¿Pero quedarnos quietos sirve? Otros países ya nos han demostrado que no.
Francia no solo es experta en gastronomía, también lo es en el arte de la protesta. ¿Su secreto? La unión. Cuando un grupo alza la voz, otros se suman. Chile es otro ejemplo: lo que comenzó como una protesta por el costo del transporte derivó en una refundación constitucional. En el Reino Unido, este año, enfermeros, maquinistas y otros trabajadores del sector público organizaron huelgas masivas, dejando claro que el poder del pueblo radica en parar la maquinaria. Y Corea del Sur nos da otra lección: hasta los trabajadores tecnológicos, que suelen ser vistos como «privilegiados», dejaron sus oficinas para exigir mejores condiciones. Usaron plataformas digitales para coordinarse y viralizar su causa. ¿Y si en España hiciéramos lo mismo? ¿Si las redes fueran el altavoz de un cambio real?
No estamos diciendo que quememos contenedores o bloqueemos aeropuertos (aunque, admitámoslo, a veces funciona). Pero organizarse, unirse y exigir debería ser algo tan nuestro como la tortilla de patatas. Porque este problema no entiende de ideologías: el sistema beneficia a unos pocos y deja al resto con migajas. Y mientras aceptemos esas migajas, será lo máximo que recibamos.
Quizás ha llegado el momento de despertar. No importa si eres de izquierdas, de derechas o del «a mí la política me aburre». Los precios del alquiler, la electricidad, los alimentos… todo sube, y nos afecta a todos. Quien no llora, no mama, y mientras otros lloran y maman, nosotros seguimos agradeciendo que al menos el agua del grifo no tenga IVA (todavía). Miremos ejemplos prácticos: los franceses muestran que la unión entre sectores amplifica la presión; los chilenos demuestran que la creatividad en las protestas moviliza a las masas; los coreanos nos enseñan a usar lo digital como herramienta para exigir justicia.
Nos dejamos llevar por la corriente, mientras otros países la cambian. El mundo grita, pero nosotros apenas susurramos. Es hora de levantarse, antes de que nos arrebaten hasta eso. Levantemos la cabeza, unámonos y actuemos. Porque si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará.
Autora de Siente y vive libre y de Toda la verdad, Técnico de organización en Elecnor Servicios y Proyectos, S.A.U. Fundadora y Directora de BioNeuroSalud, Especialista en Bioneuroemoción en el Enric Corbera Institute, Hipnosis clínica Reparadora Método Scharowsky, Psicosomática-Clínica con el Dr. Salomón Sellam
Cuando gobierne la derecha todo serán protestas